¿Qué es el TDAH?
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es uno de los trastornos del neurodesarrollo más frecuentes en la infancia y se caracteriza por dificultades para concentrarse. Los síntomas suelen presentarse desde la niñez y, en algunos casos, pueden continuar en la adultez. Las personas con TDAH tienen dificultades para prestar atención, controlar impulsos (pueden actuar sin medir consecuencias) o ser excesivamente activos, tanto física como mentalmente.
Si bien las manifestaciones son diversas, este trastorno se caracteriza principalmente por un funcionamiento anormal de la atención, la hiperactividad y la impulsividad.
¿Cuáles son los síntomas?
Algunos de los síntomas más comunes durante la infancia incluyen:
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pensamientos fantasiosos;
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olvidos frecuentes y pérdida de objetos;
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inquietud motora;
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hablar en exceso, interrumpir, dificultades para esperar turnos;
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problemas para estudiar;
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errores por descuido;
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conductas riesgosas;
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dificultades en las relaciones sociales;
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dificultades para concentrarse de forma sostenida en tareas diarias.
Cabe aclarar que no todos estos síntomas están presentes en todas las personas que tienen TDAH. Además, existen otros indicadores menos frecuentes que también pueden formar parte del diagnóstico. En la adultez, es común que aparezcan síntomas adicionales como ansiedad, depresión o trastornos de la alimentación.
¿Qué causa el TDAH?
Las causas exactas del TDAH todavía no se conocen, aunque se sabe que la genética juega un papel fundamental, ya que se trata de un trastorno con un componente hereditario importante. No hay evidencia que indique que la crianza, la alimentación o los hábitos familiares sean responsables de su aparición, aunque sí pueden influir en el aumento o la disminución de la intensidad de los síntomas.
¿Cómo se diagnostica?
No existe un único test que confirme el diagnóstico del TDAH. Por el contrario, se requiere un abordaje integral que incluya la evaluación médica y el trabajo de distintos profesionales de la salud. Muchas veces se utilizan cuestionarios, entrevistas clínicas y pruebas cognitivas para conocer el perfil de la persona.
El diagnóstico requiere de equipos interdisciplinarios que aborden aspectos psicológicos, afectivos, académicos, entre otros. Es muy importante consultar a pediatras, neurólogos o psiquiatras especializados, ya que existen otras patologías que pueden parecerse al TDAH, como la ansiedad, la depresión o ciertos trastornos del aprendizaje.
¿Tiene tratamiento?
Sí, el TDAH requiere un abordaje multidisciplinario. En muchos casos (aunque no en todos), el tratamiento incluye medicación y terapia conductual. Estas estrategias se adaptan a lo largo del tiempo, según las necesidades del niño, adolescente o adulto.
Tratamientos farmacológicos
Psicoestimulantes:
Son los medicamentos más usados y suelen ser muy efectivos. Actúan sobre los neurotransmisores del cerebro (dopamina y noradrenalina), mejorando la atención y el control de impulsos.
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Ejemplo: Metilfenidato.
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Efectos secundarios más frecuentes: insomnio, pérdida de apetito, taquicardia, ansiedad, irritabilidad.
No psicoestimulantes:
Se recurre a ellos cuando los psicoestimulantes no funcionan o causan efectos adversos significativos. Si bien son menos eficaces, en algunos casos resultan más adecuados para ciertas personas.
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Ejemplos: Atomoxetina, Clonidina.
La elección del medicamento dependerá de la gravedad del cuadro, la respuesta individual y los posibles efectos secundarios.
Intervenciones no farmacológicas
Estas intervenciones también son fundamentales para mejorar la calidad de vida de quienes viven con TDAH:
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Psicoeducación: Es clave que la persona con TDAH, su familia y su entorno conozcan qué es el trastorno y cómo se manifiesta en diferentes etapas. Esto ayuda a combatir prejuicios y a fomentar una mirada empática.
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Terapia Cognitivo Conductual (TCC): Muy efectiva en todas las edades. Ayuda a modificar pensamientos negativos, mejora la autoestima, el control de impulsos y enseña habilidades para la toma de decisiones y la autorregulación emocional.
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Entrenamiento en habilidades sociales: Apunta a mejorar la capacidad de escucha, la espera de turnos y la resolución de conflictos, ya que muchas personas con TDAH presentan dificultades para vincularse.
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Intervención psicológica familiar: Brinda orientación a madres, padres y cuidadores sobre cómo acompañar el tratamiento.
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Apoyo psicopedagógico o educativo: Incluye técnicas de estudio adaptadas, planificación del tiempo y organización de tareas.
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Entrenamiento en funciones ejecutivas: Se utilizan juegos, agendas visuales, rutinas y herramientas tecnológicas para desarrollar la planificación, el control de impulsos y la memoria de trabajo.
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Intervenciones en el aula: Implican una coordinación constante entre la familia, el equipo escolar y los profesionales de salud.
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Actividad física regular: Ayuda a mejorar la concentración, reducir la hiperactividad y mejorar el estado de ánimo y el sueño.
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Mindfulness y técnicas de relajación: Pueden ser útiles para mejorar el autocontrol y disminuir la ansiedad.
Importancia del tratamiento
Todos estos tratamientos se ajustan a lo largo de la vida, en función de las necesidades específicas de cada persona. También es esencial que los equipos profesionales puedan detectar y abordar otras condiciones que a menudo se presentan junto con el TDAH y que podrían requerir tratamientos adicionales.
No tratar el TDAH puede tener consecuencias negativas importantes en la vida académica, laboral y social de la persona, así como en su entorno familiar, ya que las dificultades para concentrarse sin un manejo adecuado impactan directamente en su desempeño y bienestar.