María Sofía Ostera
Rev HPC ; :
LA SOMBRA NO HABLADA
María Sofía Ostera
"La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene". Jorge Luis Borges
1 Servicio de Psicología. Hospital Privado de Comunidad. Córdoba 4545. (B7602CBM). Mar del Plata. Argentina.
* Trabajo final del Comité de Ética de la Residencia en Psicología Clínica. Fecha de entrega: 20/07/2015
A MODO DE INTRODUCCIÓN
El siguiente trabajo se enmarca en el contexto de una rotación optativa por el área de psicooncología, y una obligatoria por el Comité de Ética del Hospital. A raíz de esta rotación es que empecé a trabajar con pacientes oncológicos, surgiendo una gran demanda en el área de oncología pediátrica, por lo que comencé a interiorizarme más en los temas relacionados con la muerte, la enfermedad, el duelo, y las cuestiones éticas de las mismas. En el Comité de Ética durante varias jornadas se conversó sobre la muerte digna, el rol de los profesionales en relación a la enfermedad terminal, la necesidad de poner nuevamente en funcionamiento el servicio de cuidados paliativos, etc. Todo esto me llevo a reflexionar acerca de las dificultades y resistencias quesurgen en los profesionales cuando se trabaja con la muerte, o la representación de la posibilidad de la misma, surgiendo varios interrogantes en mí, que me llevaron a intentar esbozar algunas ideas acerca de esto. Para un mayor análisis realicé un rastreo de las principales ideas de Freud en los textos en los que trabaja el tema de la muerte, conjunto con otros autores psicoanalistas quienes también hablan del rol de los profesionales frente a esta temática, intentando incorporar algo de mi experiencia personal en esta área.
¿PENSANDO EN LA MUERTE?
Escribir sobre la muerte no es una tarea sencilla, ymucho menos hablar sobre ella.
Es fácil observar en la vida cotidiana como el hablar sobre la muerte representa casi un tabú social, es un tema de conversación que en general se evita, generándose una conmoción y, muchas veces, un vacío de palabras frente a las situaciones en que alguien pierde a un ser cercano. En estos momentos surgen interrogantes tales como que decir, que hacer, o dudas acerca de si concurrir o no a un velatorio, o llamar por teléfono o no, ya que se supone que estas palabras no reducirán el dolor, y frente a la incertidumbre muchas veces se elige simplemente, callar.
También aparece la vergüenza y la culpa cuando se pregunta a alguien por algún familiar o amigo que ha fallecido y no sesabía nada al respecto. Pareciera que sobre estas cosas no se puede hablar.
Al mismo tiempo, la sociedad contemporánea no parece tolerar todo aquello que implique pérdidas o fallas en una imagen que pretende sin fisuras, marcada por el mandato del éxito inmediato. Se observa un discurso capitalista en donde se reniega de la castración, fomentando un ideal de eterna juventud, alejando también la idea de la muerte como algo posible.
Freud (1) describe en 1915 las dos actitudes del hombre civilizado frente a la muerte, nos dice que por un lado estaría loco quien negara el aspecto natural, inevitable de la muerte; y por otro lado que es impensable imaginar nuestra propia muerte. No existe representación de la muerte en el inconsciente, el ser humano no puede saber qué es la muerte aunque pueda tener conciencia de saberse mortal. Así el inconsciente admite la muerte y al mismo tiempo la desmiente como irreal. No hay inscripción de la muerte propia, no hay simbolización de ella, no se sabe qué es, por esto cuesta tanto poner palabras cuando algo de la realidad irrumpe obligándonos a hacernos una representación de ella.
Queda en evidencia, entonces, que la posibilidad de enfrentar la propia muerte siempre ha sido una tarea difícil para el ser humano, de aquí se desprende nuestra actitud de negación ante la muerte, por nuestra propia condición de seres parlêtres (de sujetos del lenguaje), y los profesionales, por más profesionales que seamos, no quedamos por fuera de esta lógica, siendo la muerte un tema que también nos concierne, y nos moviliza.
Se sabe de la muerte, pero al mismo tiempo se la desconoce, no solo en el plano irracional, sino también en el del comportamiento. Sin embargo esta tendencia no puede imponerse sin modificaciones, ya que por más que queramos evitarlo la muerte se nos manifiesta de manera ocasional. Ya lo 1 decía Freud en su texto
Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, en nuestra actitud ante la muerte:
[
] hemos intentado silenciarla e incluso decimos, con frase proverbial, que pensamos tan poco en una cosa como en la muerte. Como en nuestra muerte, naturalmente. La muerte propia es, desde luego, inimaginable, y cuantas veces lo intentamos podemos observar que continuamos siendo en ello meros espectadores [...] en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que es lo mismo, que en lo inconsciente todos nosotros estamos convencidos de nuestra inmortalidad.
Pero podemos observar que este no es un hecho que solo se limite a la posibilidad de representarnos la propia muerte, Freud (1) dirá que en cuanto a la muerte de los demás, se evitará cuidadosamente hablar de semejante posibilidad cuando el destinado a morir pueda oírlo. Juzgamos así mismo de poca educación mencionar esta posibilidad de morir a los otros, consideramos innoble representarnos la desaparición del prójimo, y solo aceptamos acercarnos a esto cuando cuestiones de la profesión lo impone.
Tampoco nos es posible pensar la muerte de otra persona, pero cuando ésta llega nos sentimos conmovidos y defraudados en nuestras esperanzas. Refiere que existe una
tendencia a acentuar la motivación casual de la muerte, dándole el título del accidente, la enfermedad, la vejez, intentando rebajar a la muerte de la categoría de una necesidad a la de un simple azar.
También ante la persona muerta adoptamos una actitud particular como de admiración, lo eximimos de toda crítica, dirá Freud (1); perdonamos eventualmente sus faltas y vemos justificado que en la ceremonia fúnebre y en el sepulcro se le honre y engrandezca. Esta actitud se ve complementada por nuestro derrumbamiento emocional cuando la muerte ha herido a una persona amada.
La muerte de una persona querida y el dolor que conlleva produce un desequilibrio en la actitud convencional y nos confronta de golpe con eso que intentamos negar, lo real
de la muerte, haciéndonos tomar conciencia de ella como algo cercano y posible. En estos momentos se hace necesario poder ligar algo de esta angustia, poniendo palabras a aquello que se siente. Cuando la persona no logra esto por sus propios medios y recursos psíquicos, se debería recurrir a un terapeuta para facilitar este proceso.
Parte de la esencia del ser humano esta relacionada con las pérdidas, desde nuestro nacimiento y a lo largo de toda la vida nos vemos enfrentados a una sucesión de pérdidas y duelos, pudiendo pensar estas pérdidas como pequeñas o grandes muertes (2) . Se piensa el proceso de duelo como una tarea infinita de la que ningún sujeto esta exento, el cómo se atraviesen y elaboren estos duelos, dependerá de los recursos psíquicos y la estructura de cada sujeto, habiendo más o menos espacio para el deseo y el despliegue de la vida. En esta vertiente es dónde el psicoanálisis puede hacer sus aportes, ya que podríamos pensar que trabajar en relación a la falta, la pérdida y el deseo, no es otra cosa que trabajar con los duelos, uno de los principales destinos del psicoanálisis.
LA ENFERMEDAD COMO EL FANTASMA DE LA MUERTE
Una de las preguntas que surge a partir de la experiencia en el área de psiconocología es ¿Qué sucede cuando alguien se encuentra con la noticia de una enfermedad terminal? Al igual que en relación a la posibilidad de enfrentar los duelos o pequeñas muertes, aquí también encontramos diferentes respuestas subjetivas. No hay una reacción específica que se pueda anticipar frente a esta noticia, el paciente suele experimentar diversas emociones, tales como la negación, rebeldía, enojo, desesperación, esperanza y aceptación.
Estas son algunas de las formas de reaccionar frente a lo inevitable, que siempre irrumpe, por nuestra necesidad de negar la muerte, de manera traumática e inesperada (3) .
Muchos pacientes no quieren hablar sobre la enfermedad, no preguntan, niegan la posibilidad de que sea algo malo y sin solución, otros prefieren saber, y se aferran a la posibilidad de un tratamiento, otros frente a la cercanía de la muerte toman decisiones como casarse, divorciarse, hacer un viaje, demostrar su amor a alguien, decir lo que nunca se animaron, saldar cuentas pendientes. Pero lo que no podemos soslayar es que siempre se está vivo hasta el final, y mientras haya vida, hay deseo, y para que haya vida es necesario que de la muerte propia no se sepa demasiado. Recordemos que Freud¹ decía que soportar la vida sigue siendo el primer deber de todo ser humano.
La ilusión de negar la muerte, va perdiendo valor cuando algo de la realidad nos impone tener que pensar en ella, saber que la muerte puede ocurrir en cualquier momento y al mismo tiempo proyectar al futuro la dimensión del deseo no es tarea sencilla. Esta fragilidad de la vida con la que vivimos implica reconocer, como planteaba Lacan que "la función del deseo debe permanecer en una relación fundamental con la muerte por lo cual la terminación del análisis debe enfrentar al que padece con la realidad de la condición humana, con el desamparo de la relación con su propia muerte (4) .
El problema es que los profesionales que trabajan con estos pacientes también son sujetos que intentan negar la muerte, por lo que se encuentran con sus propias dificultades para poder tolerar que un paciente esté muriendo, y que quizás se agoten las alternativas terapéuticas. En esta instancia dependerá de las particularidades y recursos de cada sujeto, no tanto del profesional, ya que es inevitable que en temas tan movilizadores, aparezcan y se jueguen cosas de la propia subjetividad. En ocasiones observamos que algunos médicos se obstinan con sus pacientes, aplicando todos los métodos existentes, hasta el último protocolo y medicación, perdiéndose de escuchar y leer el deseo del propio sujeto, intentando evitar hasta el último segundo el desenlace muchas veces sentenciado. Todo esto se agrava aún más cuando el paciente muriente es un niño. Aquí se abre un nuevo capítulo, ya que si de por si es imposible representar la muerte, resulta aún mucho más difícil representarse la idea de la muerte en un niño, quien aún tiene toda la vida por delante. Como plantea Fulco (5), también suele suceder que se tiendan a adoptar reglas uniformes para todos los casos, sin tener en cuenta la fragilidad o recursos psíquicos de cada enfermo.
Se da la paradoja que la decisión de la muerte o la vida queda en manos de los médicos o de la familia y el paciente queda excluido previamente de la decisión de poder trabajar sobre lo que él verdaderamente desea. A los familiares y seres queridos muchas veces les resulta intolerable acompañar el deterioro físico y el sufrimiento de la persona que va a morir, anticipándose a la muerte, no sólo física sino psíquica, evitándole cualquier posibilidad libidinal o sometiéndolo a tortuosas curas mágicas, que pueden ir desde consultas a curanderos a interminables viajes a centros científicos internacionales, donde se les dé lo mejor, e ir de puerta en puerta buscando a través de estos recursos calmar la angustia y la culpa a expensas del sufrimiento del paciente.
En mi breve experiencia hospitalaria, dentro del servicio, nos encontramos con algunas interconsultas en las cuales los médicos se preguntan cómo enfrentar el tema de la muerte, ya sea para comunicarle a la familia o al mismo paciente, o cuando fallece un familiar de algún paciente internado, acudiendo en numerosas oportunidades al Servicio de Salud Mental, realizando una demanda de que comuniquemos algo que muchas veces no nos compete. Aquí se juega, una vez más, la dificultad de los sujetos profesionales de hablar de la muerte.
En relación a los niños, observamos con que los profesionales suelen preocuparse cuando ven que el niño está decaído, enojado, o rebelde, sin poder tolerar, ni comprender, que este proceso es normal y adaptativo a la enfermedad. Pareciera que, muchas veces, inconscientemente, quisiera negarse que la enfermedad existe, exigiendo al niño que este feliz, sonriente y con ganas de jugar, no permitiéndole que se angustie, tenga miedos, sufra dolores, porque los que no toleramos lidiar con eso somos los propios adultos.
Acompañar desde la clínica a un paciente en estado terminal, trabajar con él en ese difícil camino hacia la muerte, implica enfrentar una ardua tarea que nos compromete de una manera diferente, tal vez, a la que estamos habituados en nuestros consultorios. Cuando la muerte está anunciada, nos vemos obligados a realizar un exigente trabajo con nuestra propia finitud, nuestros propios duelos, nuestra propia fantasía de inmortalidad.
Cuando el sujeto se enfrenta con una enfermedad oncológica, es imposible no representarse a la muerte como una posibilidad, el cáncer está socialmente muy asociado a la muerte como desenlace. Por este motivo, a modo defensivo, surge la necesidad de considerarse eternamente alejado de ella, y esto lleva a que en ocasiones se torne imposible poner en palabras la compleja red de afectos y representaciones que invaden nuestro aparato psíquico. El diagnostico funciona a modo de un trauma para el aparato psíquico. Al no formar parte la muerte de nuestra conciencia, cuando aparece una enfermedad asociada a la misma, no opera la angustia señal (la encargada de detectar la posibilidad de peligro, dando la señal al aparato psíquico de prepararse para enfrentar una amenaza), que permita activar otros mecanismos defensivos, que permitan ir ligando esa energía psíquica que irrumpe repentinamente. Será necesario un trabajo de elaboración y de ligazón -palabra que permita ir ligando, en la serie de repeticiones, cada vez un poco más, esta angustia traumática, pero esto solo es posible si se habilita un espacio para la escucha, para el despliegue simbólico.
Paradójicamente, lo que suele suceder, es que nadie quiere escuchar a estos pacientes, porque ellos vienen a hablar de sus miedos, de sus dolores, de su angustia, de la muerte, y por ende de nuestra propia finitud. Observamos, por ejemplo, como su círculo cercano trata de evitar hablar del tema, diciéndole a amigos y familiares que no pregunten, haciendo muchas veces un como si nada pasara, tornándose un tabú el hablar con el propio enfermo de su enfermedad. Es así como en lugar de ayudar a elaborar, se ayuda a renegar (modo de defensa consistente en que el sujeto rehúsa a reconocer la realidad de una percepción traumatizante), o quizás a que el paciente evite hablar de sus emociones y sensaciones, para no angustiar a sus familiares. Esto se observa incrementado en el caso de los niños, quienes intentan sostener a sus padres, sobreadaptándose a la situación, para evitar que ellos se angustien.
Para abordar dicha complejidad se hace necesario un trabajo interdisciplinario que incluya entrevistas psicológicas, que permitan ir ayudando a elaborar el duelo, y poner palabras a aquellas emociones que este va despertando, no solo a la hora del diagnóstico, sino también durante el proceso de tratamiento (cuando éste existe).
En relación al análisis, éste adquiere características especiales, ya que la conciencia de la finitud implica al paciente y al analista un cambio en las coordenadas temporoespaciales que obligan a redefinir, entre otras cosas, las características clásicas del encuadre. Algunos de los factores que modifican el tradicional vínculo terapéutico son: el hecho de que las entrevistas se realicen en un ámbito hospitalario, a demanda de la necesidad del paciente, con una quimioterapia mediante, interrumpidas por las enfermeras, o los análisis que deben realizarse en ese preciso momento.
El tiempo con el que se cuenta, en algunas ocasiones, está acotado y esto repercute en la dinámica del trabajo, lo real invade el espacio analítico: diagnósticos, exámenes, tratamientos invasivos, la caída del cabello, el propio deterioro físico entre una sesión y otra, irrumpen con violencia en el psiquismo del paciente y del analista impidiendo muchas veces a este último hacer uso de sus posibilidades de pensamiento.
El trabajar con niños implica además un doble trabajo de duelo, no solo el duelo del niño por su enfermedad, sino también el duelo de los padres, y todos sus intentos por renegar la posibilidad de muerte. Muchas veces, nos encontramos con que los niños presentan ciertas resistencias a poner en palabras sus emociones, y con la imposibilidad de angustiarse para que sus padres no se desmoronen, apareciendo esto de manera sintomática, por ejemplo, en actos de enojo con quien esté al alcance, en el retraimiento y falta de palabras para con los profesionales tratantes, o hasta incluso el cansancio excesivo, funcionan como estrategias para evitar hablar y pensar en esa sombra que está allí, irrumpiendo desde lo real, a través de las diferentes manifestaciones corporales.
También la intolerancia de los adultos de pensar en la posibilidad de ver el sufrimiento de un niño genera que, algunas veces, los profesionales acudan al psicólogo solicitando que haga algo esperando resultados inmediatos, casi mágicos, no dando tiempo, ni respetando las etapas del propio proceso de duelo del sujeto y la familia, proyectando en esta demanda sus propios miedos y angustias. Es importante, en estos momentos, centrarse en la función, sin perderse en estas demandas y exigencias, cayendo en lo que Freud llamó furor curandis, esa compulsión a la que puede llegar el profesional y que implica curar a como dé lugar, sin por ello, respetar la autonomía y autodeterminación del paciente, y agrego yo, los tiempos subjetivos de cada paciente.
En estos pacientes el trabajo del duelo, cuando es posible, adquiere características particulares: Se trata de un duelo anticipado, radical, se trata de una pérdida que aún no ha tenido lugar, donde el objeto a perder es la propia vida,
dejar de ser, dejar de existir es lo que está en juego: es la propia identidad y la propia estructura psíquica las que son puestas a prueba. Si el duelo consiste en matar al muerto, aquí el muerto es la propia persona, el yo, el ser (6) .
En algunas ocasiones observamos que vuelven a aparecer mecanismos de defensa primitivos, y algunos comportamientos que en otros pacientes no dudaríamos en llamar psicóticos: la desmentida, la escisión y la proyección, ocupan el primer lugar, y se mantienen a veces hasta el último momento. También nos encontramos en el caso de los niños que aparecen algunas regresiones, y sobre todo facilitadas por los padres, en donde queda todo permitido, tendiendo a volver a establecer vínculos más simbióticos e indiscriminados, pero ahora si habilitados por la enfermedad, en donde se levantan todo tipo de límites, aumentando también en aquellos niños que tienen un buen pronóstico, la angustia y fantasías de muerte.
ALGUNAS CONSIDERACIONES ÉTICAS
Ante estas cuestiones resulta difícil dejar a un lado, o no preguntarnos, que lugar hay para la ética de los profesionales frente al tratamiento de estos pacientes.
Teniendo en cuenta que los profesionales también somos sujetos atravesados por los avatares de la finitud, muchas veces se hace difícil poder diferenciarlo, y se presentan dilemas éticos a la hora de la práctica.
Recordemos que los cuatro principios fundamentales universalmente reconocidos de la bioética, definidos por Beauchamp y Childress (7) son el principio de beneficencia,
de no maleficencia, el de autonomía y de justicia.
El principio de Beneficencia implica la obligación moral de hacer el bien, previniendo o aliviando el daño, ayudando al paciente por encima de los intereses particulares, incluyendo todos los actos que ya sea por omisión o ausencia, pudiesen ocasionar un daño o perjuicio al paciente. El Principio de No Maleficencia se refiere no hacer daño al paciente, esto implica la obligatoriedad de realizar un análisis riesgo/ beneficio ante la toma de decisiones a la hora de intervenir o no con un paciente, evitando la prolongación innecesaria del proceso de muerte, respetando la integridad física y psíquica del mismo.
En relación a estos principios podemos pensar que, más de una vez en los pacientes oncológicos o con enfermedades terminales, es difícil evaluar hasta donde intentar un tratamiento, protocolo o un fármaco en vías de aprobación, implica un beneficio para el paciente, o termina siendo mayor el sufrimiento que le provocan los efectos secundarios, presentándose dilemas a la hora de instaurar o no un tratamiento, sabiendo que en ocasiones el desenlace es casi inevitable, y teniendo en cuenta que algunos pacientes prefieren elegir poder participar de acontecimientos emocionalmente importantes para ellos, tales como hacer un viaje, asistir a un evento, participar del casamiento de su hijo, entre otras, que someterse a un tratamiento que los deje inhabilitados para esto.
Tampoco es fácil de comprender o tramitar esto para los profesionales tratantes, quienes consideran que hay que hacer todo lo posible para salvar al paciente, surgiendo, en ocasiones, dificultades para poder disociar los propios miedos y fantasías que emergen ante la muerte, así como también poder aceptar la posición de impotencia que esto genera.
Aquí también entra en juego el principio de autonomía.
El Principio de Autonomía implica que cada persona es la autora de sus decisiones, pudiendo hacer uso de la misma, eligiendo si quiere o no someterse a un tratamiento, en función de sus propios intereses, valores, creencias y deseos, siempre y cuando se encuentre en condiciones legales, intelectuales y psíquicas de hacerlo. Implica que cada cual tenga derecho a opinar sobre su salud en ejercicio de su libertad, y para lo que se requiere de un conocimiento, es decir, estar bien informado, la comprobación de la competencia del enfermo para decidir y la ausencia de coerción , mediante el consentimiento informado.
Es recomendable para los profesionales que trabajan en estas temáticas poder tener un análisis propio, que les permita diferenciar en que situaciones es una decisión y elección del paciente el instaurar determinados tratamientos, y no una intolerancia propia frente a la posibilidad de muerte, ya que muchas veces los pacientes se sienten presionados por los médicos, quedando en un lugar de mayor vulnerabilidad, generándose sentimientos de culpa en el caso de no seguir una indicación o sugerencia del doctor, no animándose a contarle muchas cosas que sienten, o a pedir que se atrasen los plazos de un tratamiento, pensando en que van a fallarle al médico, quien está haciendo todo por ellos, culpabilizándose por preservar su propio deseo frente a la indicación médica. Frente a esta situación es importante que se genere un clima de empatía, respeto y flexibilidad, dando lugar a que el paciente se sienta libre de expresar las sensaciones y emociones que van surgiendo, y en ocasiones cambiando, a lo largo del tratamiento. Una vez más destacamos la importancia del trabajo interdisciplinario, ya que estas cuestiones pueden trabajarse en conjunto con el psicólogo, quien tiene mayores herramientas para ayudar al paciente a pensar y reflexionar sobre su situación y sus decisiones, ya que generalmente el médico es puesto en el lugar del saber incuestionable generándose algunas dificultades para plantear estas cuestiones.
La ética del psicoanálisis, nos recuerda Alain Badiou, nos impide considerar la enfermedad como lo que colocaría al ser humano fuera del devenir-sujeto. Por ello, la ética psicoanalítica plantea pensar el sufrimiento psíquico como un proceso singular e individual que impide o exalta, según sea el caso, este devenir y no como algo que hay que sacarle al paciente. En ese sentido, hay un límite, un punto de clausura en toda cura y ese límite lo pone el mismo sujeto (2).
El analista ayudará, entonces, a cada sujeto a arreglárselas con su real, haciendo un buen uso de los semblantes según el caso por caso (7) . Esta misma ética será la que deberá seguir el analista, aun cuando se enfrente con pacientes en estado terminal, intentado hasta último momento apostar al deseo, y trabajar allí para que este siga funcionando, pensando en la posibilidad de elegir como prefiere vivir sus últimos días, si quiere o no intentar otro tratamiento, e incluso la forma en que desearían morir. Cuestiones que muchas veces son difíciles de entender, y ver en otros profesionales de la salud, quienes no toman en cuenta esta dimensión del sujeto.
A MODO DE CIERRE
El título de este trabajo está relacionado con un concepto de una psicoanalista francesa Piera Aulagnier, quien plantea que el bebé incluso antes de su nacimiento, ya tiene un lugar en las fantasías y dichos de su madre, es esperado para ocupar un determinado lugar en la cadena filiatoria y en esa familia, con ciertos ideales acerca de cómo será, proponiendo el concepto de la sombra hablada para referir a este sujeto a advenir, como algo que está allí esperándose y que es hablado (8) .
A partir de todo lo desarrollado anteriormente, podemos pensar que la muerte seria como esa sombra que esta ahí, también en la fantasía y a la espera de todos, pero a diferencia de la espera de la vida, de la muerte no se habla, por eso pensé en llamar a este trabajo como la sombra no hablada.
El sufrimiento humano implica una situación particular en cada sujeto y la posición ética de un analista, decimos siguiendo a Badiou , no debe renunciar jamás a buscar, en cada situación, una posibilidad hasta entonces, inadvertida.
Y aunque esa posibilidad sea ínfima, lo ético es movilizar, para activarla, todos los medios intelectuales y técnicos disponibles.
Sólo hay ética si el profesional confrontado a las apariencias de los imposibles no deja de ser un creador de posibilidades.
Mientras allí haya un sujeto, por más que un real amenace con su finitud, siempre habrá un lugar para el deseo, y por ende para el psicoanálisis y la función del analista, siempre que su propio deseo este también funcionando.
BIBLIOGRAFIA
1. Freud, S.Obras Completas. 1915. De guerra y muerte. Temas de actualidad. Nuestra actitud frente a la muerte. T. XIV, Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1979
2. Badiou, A. Reflexiones sobre Nuestro Tiempo. Buenos Aires, Argentina: Ediciones del Cifrado.1999
3. Frydman. A, Gurevicz. M, Iliale . L. Intersecciones Psi. Revista electronica de la facultad de psicología UBA. Homenaje a Rubinstein. Buenos Aires. 2011.
4. Lacan, J. La Dirección de la Cura y los Principios de su Poder. En Escritos II. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.1987.
5. Fulco,M.Duelo por la propia muerte: ¿duelo posible?.Revista Uruguaya de Psicoanálisis 2002. 96: 92-100
6. DAVID, C. Le deuil de soi-même. Revue Française de Psychanalyse, París.1996.
7. Beauchamp T, Childress J. Principles of Bioedical Ethics. Oxford University Pres, New Cork, 2° edition, pp 148-149. 1994.
8. Lacan, J.El Seminario, Libro VII. La Ética del Psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Paidós.1988.
9. Aulagnier, P. La violencia de la interpretacion. Del pictorgama al enunciado. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1991.