María Haydée Capra
Rev HPC ; :
Desde hace un cierto tiempo, un discurso repetitivo, insistente, nos presenta a los adolescentes como una plaga, un castigo social.
La adolescencia sería una enfermedad contra la cual se impondría un solo tratamiento: el aislamiento, el encierro, la represión.
Esta visión es tan absurda como peligrosa. Ella englosaría a todos los adolescentes de nuestro país y por qué no del mundo entero.
Es en estas edades en las cuales se constituirá la personalidad. Es en estas edades, repito, que se desarrolla la creatividad, si no fue reprimida; que se visualizan las potencialidades, que se reconoce al otro y se aprende a respetarlo, si se ha sido y se es respetado.
Estigmatizar este movimiento vital y necesario, quedarse sólo con las expresiones violentas, es rechazar la integración de un elemento esencial del desarrollo de una sociedad. Es jugar con las tentaciones más arcaicas que existen en cada uno de nosotros: el repliegue, el cada uno por sí y para sí, la indiferencia, la letargia que llevan a una sociedad a la muerte.
Asistimos en esta época al reinado de las leyes del mercado, a una fuerte depreciación de los valores abstractos como la verdad, justicia, solidaridad, consideración por el semejante.
Florecen el culto a los valores materiales: el consumo, los objetos, el dinero y los atributos sociales ligados a esto, como el éxito, el poder sobre los otros. También el cuerpo y su estética se destacan como bien preciado, resultando equivalentes a un objeto de consumo.
Estos "ideales" son los que hoy convocan como aspiración a ser, a través del tener, la significación de los individuos en la vida social dependería de la posesión de estos bienes.
Los modelos representativos propuestos como objeto de identificación a los adolescentes ya no son los que encarnan utopías liberadoras, de justicia o de paz. Hoy los ídolos que se imponen son los triunfadores de la farándula, el deporte, los medios de comunicación. Aquellos que acceden a la fama y la riqueza en breve tiempo. Al respecto, el consumo de drogas sería el paradigma de la satisfacción inmediata. Se destaca la cultura de la inmediatez, el individualismo, el oportunismo como claves de supervivencia y salvación en el marco de una supuesta verdad instituida acerca de la inevitabilidad de la existencia de sectores marginados o excluidos.
En este orden de valores, una sociedad no está en condiciones de leer como demanda, las manifestaciones en las que los adolescentes protagonizan episodios signados por la violencia. Solo hay lugar para el registro conmovido u horrorizado de las consecuencias que produce un contexto violento, cuando detona en un acto destructivo o auto-destructivo.
Suele haber ceguera y sordera para leer en esa manifestación un alerta, un imperativo a la reflexión y particularmente una negación a la apertura de interrogantes acerca de lo que refleja lo acontecido, en ese caso la sociedad desamparante, incontinente, queda encubierta. Y muchas veces los profesionales participamos en la producción de la coartada.
Condenar la violencia de los jóvenes podría, entonces, evitar el análisis de las causas. Como si tratar el síntoma, hiciese innecesario el diagnóstico e inútil el tratamiento de fondo. Sin embargo muchos elementos del diagnóstico son fácilmente identificables.
La violencia no aparece bruscamente en la adolescencia porque son adolescentes, sin señales significativas previas. La violencia se prepara desde la infancia y puede detectarse gracias a una gran variedad de señales de alerta que muestran muchas veces auto agresión y sufrimiento.
Es en la familia, en la escuela, en el consultorio que estos signos deberían poder verse y abordarse.
Para esto sería necesario que la familia estuviese en condiciones para hacerlo: pienso a la preocupación por obtener o conservar un trabajo, al exceso de fatiga por un trabajo mal remunerado, a la humillación de la exclusión social, a la soledad del responsable de una familia monoparental, y también a los adoradores de la cultura del tener para ser.
También sería necesario que la escuela y los dispositivos de salud dispusiesen de los medios adecuados, por no decir imprescindibles.
Y finalmente, ¿qué decir de la protección legal y judicial de los menores?
Nuestra sociedad tiene muchos adolescentes que transitan estos años cruciales de su desarrollo y acceden con éxito a la adultez recorriendo un difícil camino y estos superan ampliamente a aquellos que sólo han encontrado la violencia como modo de expresión.
Que los sistemas sanitarios, educativos y sociales sean insuficientes para acompañarlos en este recorrido es revelador de la ausencia en nuestro país de una política efectiva para la niñez y la adolescencia, que sea el producto de un verdadero trabajo intersectorial.
Los adolescentes necesitan ser visibles como personas para la justicia, la escuela, la medicina clínica, la psiquiatría, y los servicios sociales.
Pero más que nada necesitan la mirada desdramatizada de los adultos. Necesitan, porque son difíciles y muchas veces sufren, que se los reconozca y se los escuche.
Todos nosotros pertenecemos a sectores en crisis, crisis incluidas en una mucho más vasta que es la crisis social.
Que estemos hoy reunidos en este encuentro educación y salud es alentador.
Prueba que la reflexión intersectorial es necesaria y es posible. Y sobre todo prueba que existen oportunidades para promover desde nuestros respectivos sectores acciones cuyo propósito sea prevenir comportamientos de riesgo en la adolescencia.
Nuevamente gracias por estar aquí con nosotros y bienvenidos.