Dr. Jorge Luis Manzini
Rev HPC ; :
"IMPRONTA"
"Ofrecer el cuerpo al examen del médico, en tanto que médico, no es pecado, y no debe sentirse vergüenza por eso" se decía la hermana Lisa mientras el colectivo la llevaba al hospital.
Eso le habían machacado en el convento, desde sus años de noviciado.
Pero ella tenía tanto sometimiento a sus votos, tanto horror al pecado, tanto miedo a sus consecuencias (para ésta y la otra vida), que veía el mal, personificado en el demonio, por todas partes.
Casi nunca salía. "Vivir según el Esplritu o según la carne" resonaba en su cabeza. Y carne, pecado y mundo, eran para ella una misma realidad a la que debía sustraerse con todas sus fuerzas...
Ése había sido el motivo principal de que a sus 34 años, aún no se hubiera hecho un "examen periódico de salud" como se dice ahora (el clásico "chequeo"), como sí lo hacían regularmente sus compañeras, empezando por la Madre Superiora.
La hermana Lisa era, digamos, una joven muy atractiva (si se enterara de que la calificamos así, su cara enrojecería y empezaría a arderle, y pasaría por lo menos dos días de oración y penitencia).
Llegó al hospital, envuelta en su negro y amplio hábito, disimuladas sus formas, obviamente sin maquillaje. Pero igual era muy atractiva.
La cita la había concertado la Superiora, para su médico personal, que "es muy afable, comprensivo y respetuoso, pero también muy meticuloso", le había dicho; "seguro que al menos esta primera vez va a querer explorar cada rincón accesible de tu cuerpo, iY está bien que así sea!". Estas palabras martilleaban en sus oídos mientras aguardaba su turno, sentada en la sala de espera, experimentando cierta incomodidad en el entretanto. Al final la hizo pasar.
El médico concordaba con la descripción.
Conversaron, ella le expuso sus inquietudes, él le hizo preguntas. Hasta allí estuvo todo bastante bien.
Después llegó el momento de la revisación.
A medida que los ojos, oídos y manos del profesional recorrían su cuerpo, Lisa iba sintiéndose cada vez más tensa, inquieta. Sobre todo por la mirada, que le parecía lúbrica (¿sabía ella cómo era eso?), yel contacto de esas cálidas manos sobre su piel, que sentía como caricias.
¿Qué quiere este hombre de mí? ¿Qué emociones son éstas que me embargan? ¿Qué es este calor, éste batir en mi pecho, esta humedad entre las piernas? -se preguntaba, ya muy alterada.
Sus sensaciones oscilaban entre la repulsión y ¡el placer! (palabra prohibida si las hay). Evocaba contra su voluntad ciertas autoexploraciones que, a pesar de todas las prevenciones en contrario que tenía incorporadas y el notable control que tenía de sí misma, realizaba muy de tanto en tanto en la soledad de su celda, bajo el influjo de un impulso irresistible aún para ella. Acciones que terminaban, luego de un efímero goce entremezclado con la misma repugnancia que empezaba a sentir ahora, con una profunda culpa y necesidad de expiación.
Estaba por descomponerse. A punto de quebrarse, casi llorando, le pidió que se detuviera. Que la disculpara, pero que no podía seguir. Que lo lamentaba mucho, que era culpa de ella.
Claro, toda la vida retirada "del mundo". O casi, desde que tenía 6 años, cuando la internaron como pupila del colegio conventual, después de que su madre mató con ensañamiento, con el cuchillo del pan, a su padre, esa tarde que lo encontró abusando de ella...y luego se volvió loca.
Nadie le había hablado de eso antes. El recuerdo le vino en ese momento.