Cada 21 de septiembre se conmemora el Día Mundial del Alzheimer gracias a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Federación Internacional del Alzheimer. La fecha como objetivo concientizar sobre esta enfermedad y contribuir a mejorar la calidad de vida de los pacientes y sus cuidadores.
Se trata de un tipo de demencia neurodegenerativa, la más frecuente entre los adultos mayores.
Los síntomas están relacionados con las funciones más complejas a nivel intelectual como la afección de la memoria de trabajo, la toma de decisiones, los problemas de atención. También se observan síntomas neuropsiquiátricos como apatía, irritabilidad, depresión, entre otros, así como las alteraciones del sueño.
Para el diagnóstico del Alzheimer se requiere de un examen clínico, así como pruebas de laboratorio, imágenes y evaluación neuropsicológica.
Pacientes con Alzheimer y alimentación
El deterioro cognitivo que produce el Alzheimer hace que las personas que la padecen tengan más dificultades para comer y lograr una alimentación completa.
La enfermedad va alterando las zonas del cerebro que regulan la capacidad de reconocer la sensación de hambre y sed, también se deteriora el olfato (pierden interés por la comida), y la orientación del tiempo y el espacio (no sienten hambre y sed y además no registran los horarios para comer). Pueden necesitar algunas adaptaciones a través de utensilios porque no pueden manejar bien los cubiertos.
Asimismo, pueden presentar síntomas como sequedad en la boca; así como disfagia o dificultad para tragar, que puede presentarse para alimentos sólidos, líquidos o ambos. En estos casos se recomienda una dieta blanda con preparaciones como purés de verduras y legumbres con el agregado de aceites naturales como oliva. Se sugieren pescados y carnes procesados o en preparaciones de consistencia blanda, picados y combinados con otras preparaciones húmedas, con salsa y cremas o aceites. Los alimentos deben humedecerse para evitar que estén secos y garantizarnos que puedan ser consumidos.
Además, se debe asegurar la hidratación a través del aporte de líquidos para prevenir la deshidratación. Se pueden espesar los líquidos con espesantes comerciales. Algunas opciones son sopas de verduras procesadas y licuados de frutas.
Si la persona presenta rechazo a la comida, es importante que la alimentación ocurra en un ambiente tranquilo. En ocasiones es preferible adaptar las comidas a aquellas que puedan comer por sí solos, (por ejemplo, cosas que se comen con la mano).
El aporte de energía a través de la alimentación debe ser normal y en algunos casos que presenten pérdida de peso será necesario un incremento calórico.
Se recomienda fraccionar la alimentación en 5-6 comidas pequeñas diarias.
Se debe asegurar el aporte de Vit E presente en frutos secos (nueces, maní, almendras, avellanas), legumbres, aceites vegetales (oliva, maíz, girasol, soja), germen de trigo, semillas de girasol; así como en vit D que se obtiene a través de la exposición solar y en los alimentos tales como leche fortificada, yogures, quesos, pescados (caballa, atún, sardinas), champignones, yema de huevo, palta, germen de trigo.
La alimentación debe proveer ácidos grasos omega 3, presentes en pescados y algunos alimentos enriquecidos como leche y huevos y calcio presentes en leche, yogur, quesos, y en el reino vegetal en brócoli, coliflor, repollo, almendras, semillas de sésamo.
El abordaje para este grupo de pacientes es interdisciplinario, y tiene como objetivo mejorar su calidad de vida y favorecer su autonomía.
Servicio de Alimentación